En 1770, el joven Wolfgang Amadeus Mozart, de 14 años, transcribió de memoria el “Miserere” de Allegri, una obra sacra entonces celosamente custodiada por el coro de la Capilla Sixtina
En la Roma del siglo XVIII, existía una liturgia que atraía a la realeza al Vaticano: la Semana Santa. En particular, el servicio de Tinieblas del Miércoles Santo y el Viernes Santo atraía a todas las cabezas coronadas de Europa a la Capilla Sixtina.
Allí, el coro papal, en presencia del Sumo Pontífice, interpretó una joya cuya “inefable belleza” fue elogiada por el poeta Goethe: el Miserere de Allegri, compuesto en los años 1630.
En el esplendor de la capilla papal sumida en la oscuridad y débilmente iluminada por 27 velas, la flor y nata de la aristocracia contenía la respiración mientras la pieza polifónica era cantada a capela por dos coros.
Fue un momento místico que quedó grabado en los corazones de los asistentes, más aún porque la pieza sagrada se interpretó únicamente en ese lugar.
Un cierto misterio rodeaba pues a esta obra maestra, llevada por voces de castrado que se elevaban a alturas de rara pureza celestial.
El emperador Leopoldo I había obtenido la partitura del propio Papa, pero no pudo lograr el mismo resultado.
La forma de interpretar las notas contenía uno de los secretos que la convirtieron en un éxito único, eclipsando los frescos de Rafael y Miguel Ángel.
El viceprefecto de la Biblioteca Apostólica Vaticana, padre Giacomo Cardinali, contó esta historia, que incluyó en un libro que narra las aventuras del joven Mozart en Roma.
La leyenda de una partitura
Para el común de los mortales, el Miserere de Allegri era inalcanzable. La leyenda decía —y aún sigue, pues esta versión persiste— que el Sumo Pontífice amenazó con excomulgar a quien distribuyera la partitura. Sin embargo, según el padre Cardinali, no se ha encontrado rastro alguno de tal disposición papal en el Vaticano.
Por otra parte, hay un breve decreto de Inocencio XI que prevé la excomunión de cualquier cantante del coro papal que revelara cualquier documento del patrimonio musical de los archivos papales.
El joven prodigio Wolfgang Amadeus Mozart, llevado de gira por Europa por su padre, viajó a Roma en diligencia y se coló entre los atónitos espectadores del Miserere el 11 de abril de 1770. Desafiando la prohibición, y gracias a su excepcional genio, transcribió cada nota y cada compás de una sola vez. Al regresar a la Capilla Sixtina el 13 de abril de 1770, lo escuchó de nuevo para afinar su copia.
El encuentro con el solista del Miserere
Durante los meses de aislamiento provocados por la COVID-19, el padre Giacomo Cardinali, filólogo y paleógrafo, realizó una exhaustiva investigación sobre la colección de documentos administrativos de la Capilla Sixtina. Cotejó la historia de Mozart con el papado de la época, las intrigas cortesanas y la cultura musical renacentista para distinguir la realidad de la ficción.
Decidió realizar esta investigación después de haber despedido a un periodista italiano que le había preguntado reiteradamente sobre el tema.
«Corría el rumor de que Mozart había escuchado el Miserere y lo había transcrito, pero quedó como una especie de mito sin una reconstrucción precisa. No pensé que pudiera encontrar rastro alguno en los archivos de la Biblioteca Apostólica Vaticana«, dice el padre Cardinali, cuyo libro pronto se traducirá al coreano y al japonés.
Y luego, a medida que empezó a investigar más a fondo, el viceprefecto quedó absorbido por esta investigación “fascinante”, en la que trabajó día y noche.
Finalmente, pudo relatar un encuentro inédito, concluyendo este episodio digno de su fama: pocos días después de transcribir el Miserere, Mozart tocó las notas de la famosa pieza en un piano en una reunión social, donde, por feliz coincidencia, estaba presente el castrato que había interpretado la parte solista con su voz angelical.