Delegar el trabajo de la atención emocional en un sistema no consciente puede erosionar la habilidad que más necesitamos preservar en un mundo fracturado
Para Edith Stein (1891-1942), esta santa filósofa, católica conversa y monja carmelita, la empatía no es una mera emoción ni un ejercicio mental de ponerse en el lugar del otro. En su primera obra, sobre el problema de la empatía (1917), Stein presenta la empatía como un tipo único de experiencia que no es ni imaginación ni inferencia. Es, en sus palabras, un acto de conciencia directo e intencionado en el que nos vemos arrastrados a la vida emocional del otro sin perder nunca de vista su identidad distintiva.
La empatía y la inmediatez
Stein observó que, cuando empatizamos, no copiamos ni absorbemos los sentimientos de otra persona. Por el contrario, los percibimos con inmediatez. Vemos la tristeza en el rostro de un amigo y, en ese mismo momento, nos encontramos con la emoción, no como algo que nosotros mismos hemos sentido alguna vez, sino como algo recién presente en el otro.
Es una experiencia en primera persona de la vida interior de otra persona. Lo más importante es que la empatía no desdibuja las fronteras entre el yo y el otro. Nos permite seguir siendo nosotros mismos, al tiempo que nos adentramos, con cuidado y moderación, en la experiencia vivida por el otro. Este equilibrio, de proximidad sin apropiación, hace de la empatía no solo un acto emocional, sino también ético.
Más tarde, al procesar lo que hemos vivido, integramos nuestra percepción emocional con la reflexión racional. Empezamos a articular y comprender la naturaleza de lo que está viviendo el otro. Para Stein, esta fusión de afecto e intelecto constituye el núcleo de la intersubjetividad, el fundamento de la verdadera comunidad.
En una era cada vez más marcada por la Inteligencia Artificial, las ideas de Stein son a la vez bellas y aleccionadoras.
Los sistemas de IA actuales pueden producir lo que parecen respuestas empáticas. Los chatbots pueden ofrecer palabras de consuelo, los algoritmos pueden detectar tristeza en una voz o vacilación en un texto. Estas respuestas pueden sonar convincentemente humanas. Pero lo que les falta, insistiría Stein, es presencia.
El lenguaje emocional de la IA, por muy pulido que esté, no se basa en un compromiso real con la experiencia del otro. Es una imitación sin conciencia.
Dicho esto, la Inteligencia Artificial aún puede servir, no sustituir, la empatía. Las herramientas de IA pueden sugerir maneras más sutiles de expresar verdades difíciles, ayudando a las personas reales a comunicarse con más compasión. Cuando se utiliza de esta manera —como asistente en lugar de como sustituto— la IA puede amplificar e incluso perfeccionar nuestra capacidad de atención y cuidado.
Sin embargo, la línea entre apoyo y sustitución es delgada y fácil de cruzar
Existe un riesgo real de que, a medida que nos acostumbramos a que las máquinas simulen presencia emocional, perdamos el hábito de la verdadera interacción empática. Delegar la atención emocional a un sistema inconsciente puede erosionar precisamente la habilidad que más necesitamos preservar en un mundo fracturado: la capacidad de ver y responder al dolor ajeno no como datos, sino como presencia.
La visión de la empatía de Edith Stein es a la vez exigente y liberadora. Nos llama a no sentir por los demás en abstracto, sino a acompañarlos (y ser acompañados) en la realidad: a encontrarlos tal como son, con la mente despierta y el corazón en sintonía.
La empatía, en este sentido, nunca es meramente eficiente o funcional. Siempre es un acto de amor. En una época de máquinas deslumbrantes y respuestas rápidas, su pensamiento nos recuerda que nada puede reemplazar la profundidad de un encuentro verdaderamente humano.