En un contexto marcado por la escalada de tensiones geopolíticas y culturales, la decisión de Radio Televisión Española (RTVE) de retirarse del Festival de Eurovisión 2026 si Israel mantiene su participación ha generado un amplio debate en España
Esta medida, aprobada por el Consejo de Administración de RTVE el 16 de septiembre de 2025 con 10 votos a favor, cuatro en contra y una abstención, posiciona a España como el primer país del «Big Five» (los principales financiadores de la Unión Europea de Radiodifusión, UER) en dar este paso, uniéndose a Países Bajos, Irlanda, Eslovenia e Islandia. La propuesta, impulsada por el presidente de la corporación, José Pablo López, responde directamente a la ofensiva israelí en Gaza, que ha causado más de 65.000 muertes civiles según estimaciones de la ONU, y busca presionar a la UER para que revise la inclusión de Israel en el certamen, similar a la exclusión de Rusia por su invasión de Ucrania en 2022.
Esta no es solo una cuestión de política cultural, sino un reflejo de la creciente sensibilidad social y política en España hacia el conflicto en Oriente Medio.
Miembros del Gobierno, como el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, y la vicepresidenta Yolanda Díaz, han abogado por extender el boicot a eventos deportivos y culturales, argumentando que la participación de Israel contradice los principios de derechos humanos.
En este panorama, las voces de la Iglesia católica, representadas por la Conferencia Episcopal Española (CEE), han emergido como un contrapunto matizado, combinando humor ligero con una condena profunda al sufrimiento humano en Gaza.
La reacción del secretario general de la CEE: Entre el humor y la seriedad ética
El principal pronunciamiento eclesial hasta la fecha proviene de César García Magán, secretario general y portavoz de la CEE, quien abordó el tema durante un almuerzo coloquio en el Club Siglo XXI de Madrid, el mismo 16 de septiembre de 2025.
Ante la pregunta directa sobre la retirada de RTVE, García Magán inició su respuesta con una nota de ligereza que desató risas entre los asistentes: “Hay cuestiones en la vida que son opinables”. Siguiendo con el tono jocoso, añadió: “Total, siempre quedamos casi los últimos…”, aludiendo a la modesta trayectoria de España en el festival, que solo ha ganado en dos ocasiones: en 1968 con Massiel y en 1969 con Salomé. Esta broma no solo reveló su conocimiento del certamen —un evento que, pese a su longevidad desde 1956, ha sido históricamente esquivo para los representantes españoles—, sino que sirvió de puente para transitar hacia la gravedad del asunto subyacente.
Rápidamente, García Magán desechó el matiz técnico de la decisión de RTVE —“Son cuestiones técnicas”—, para centrarse en el núcleo ético: el conflicto en Tierra Santa. “El tema de Tierra Santa es un tema complejo y doloroso”, afirmó, subrayando la proximidad emocional y espiritual de la Iglesia con la región. “Estamos muy cercanos a la población de Gaza, sufrimos con los cristianos palestinos que allí viven y el deseo de unos y de otros no puede ser acabar con el otro pueblo”. Sus palabras evocan la doctrina social de la Iglesia, que promueve la paz y la dignidad humana por encima de todo, recordando encíclicas como Fratelli Tutti del papa Francisco, que condena la guerra como un fracaso colectivo.
Amplió su reflexión evocando las “imágenes terribles de hambruna, de hospitales bombardeados” en Gaza, escenas que han conmocionado al mundo desde el recrudecimiento del conflicto tras los atentados de Hamás el 7 de octubre de 2023. García Magán equilibró su crítica al insistir en que “el uso de la fuerza y el uso de la violencia no es indiscriminado”, aunque reconoció el origen “injusto” de la escalada. Hizo hincapié en el derecho internacional humanitario, las Convenciones de Ginebra y la sensibilidad española ante el terrorismo, dada la experiencia histórica del país con ETA y otros grupos. Esta postura refleja una tradición eclesial que, sin equiparar víctimas, aboga por el diálogo y la condena de toda forma de extremismo.
Una condena histórica al conflicto
La intervención de García Magán no surge en el vacío; se alinea con declaraciones previas de la CEE que han sido inequívocamente críticas con la ofensiva israelí. En mayo de 2025, la comisión episcopal para la Pastoral Social y la Promoción Humana publicó un comunicado contundente, exigiendo “sanciones a los acuerdos con quienes no respetan el derecho internacional humanitario” y un “embargo militar integral” a Israel. Los obispos describieron los bombardeos en Gaza como “actos de ocupación equivalentes a una limpieza étnica”, clamando por la entrada inmediata de ayuda humanitaria sin restricciones y el fin del “asedio” a hospitales y civiles. “No queremos que Atila recorra la franja de Gaza”, escribió el arzobispo Luis Argüello, presidente de la CEE, en un mensaje en X (anteriormente Twitter), criticando indirectamente a quienes minimizan el drama.
Esta posición respaldó la aprobación en el Congreso de los Diputados de un embargo de armas a Israel, con el rechazo del PP y Vox, y se sincronizó con la revisión europea del acuerdo de asociación con Israel. Los obispos también han destacado el sufrimiento de los cristianos palestinos —una minoría en Gaza que mantiene complejos educativos y sanitarios abiertos pese a las adversidades—, y han impulsado iniciativas como corredores humanitarios, respaldados por figuras como el cardenal de Rabat. En este marco, la retirada de Eurovisión se percibe no como un capricho cultural, sino como un gesto simbólico que amplifica la llamada a la justicia global.
Hasta el momento, no se han registrado opiniones disidentes dentro de la CEE; la unidad episcopal en torno a la paz en Tierra Santa parece consolidada, aunque siempre con un llamado al equilibrio: reconocer el trauma israelí post-7 de octubre sin justificar la desproporción en Gaza.
Implicaciones y el futuro del debate
La decisión de RTVE ha desatado reacciones mixtas. En Israel, la cadena pública KAN rechazó cualquier retirada, defendiendo Eurovisión como un “evento cultural” no político. En España, figuras como Ana Rosa Quintana han cuestionado el boicot, mientras que el Gobierno lo ve como un paso coherente con su política exterior. Para la Iglesia, este episodio refuerza su rol como mediadora moral: el humor de García Magán humaniza el debate, pero su condena subraya que, ante el dolor de Gaza, ninguna canción puede silenciar el clamor por la paz.
A medida que se acerca la reunión de la UER en diciembre de 2025, el mundo observa si esta “espantada” española provoca una crisis mayor en el festival o, al contrario, acelera un consenso por los derechos humanos. Los obispos, fieles a su misión, parecen dispuestos a seguir “sufr[iendo] con ellos”, recordándonos que, en palabras de Francisco, “la esperanza es un ancla en el cielo”.