Para un compositor, todo es sonido. También el dolor, las casas destruidas, las bombas, las victimas bajo los escombros, aunque todo haya sucedido décadas antes
Cuando Dmitri Shostakóvich llegó a Dresde en julio de 1960 para trabajar en la película Cinco días – cinco noches, atravesó la ciudad arrasada por el bombardeo de 1945 y comprendió que aquellas ruinas no eran solo el signo de la destrucción física, sino también de la destrucción moral que la guerra había infligido a la humanidad, sin importar quién hubiera vencido.
Los músicos saben hablar, pero se expresan mejor con sonidos. Por eso escribió de un tirón el Cuarteto de cuerdas n.º 8, dedicándolo «a las víctimas del fascismo y de la guerra». Pero detrás de esa fórmula oficial se ocultaba un pensamiento más amplio: el dolor por todas las víctimas de la violencia y del poder, de cualquier tiempo y lugar.
La partitura lo revela claramente: el compositor entrelaza citas de sus obras anteriores, como si quisiera contar en música su propia biografía y, al mismo tiempo, la del siglo. En esas notas resuena también su monograma —re, mi bemol, do, si— que en la transliteración alemana se convierte en D. SCH. (Dmitri Shostakovich). Una firma que es también confesión. Si, como escribía Paul Valéry, «toda obra es un fragmento de un vasto naufragio», el Cuarteto n.º 8 es un vestigio sonoro de un siglo destruido por las guerras.
«Siento un dolor eterno por aquellos que fueron asesinados por Hitler, pero no me conmueve menos el destino de quienes murieron por orden de Stalin —declaró más tarde Shostakóvich—. Sufro por todos aquellos que fueron torturados, fusilados o dejados morir de hambre. Muchas de mis sinfonías son lápidas. Demasiados de nuestro pueblo murieron y fueron enterrados en lugares desconocidos. ¿Dónde colocar las losas funerarias? Solo la música puede hacerlo por ellos», escribió el compositor al comentar su obra. Así nació un monumento invisible: el sonido que llora por los sin nombre de la historia.




