Compartimos un artículo de una voluntaria del Centro de Escucha de la parroquia de los Santos Juanes de Valencia
¿Qué es humanizar?
Hace tiempo, un sacerdote me dijo que, si un extraterrestre preguntara qué es «ser humano», la respuesta sería: «Jesús de Nazaret».
Acercarse a la humanidad de Cristo nos hace entender el verdadero significado de lo que es «ser humano»: estar cerca del otro, atender sus necesidades, no juzgarlo, aliviar su sufrimiento… Y todo esto empieza por la «escucha» atenta de lo que cada uno lleva en su interior.
Por desgracia, en nuestro mundo individualista cada vez nos escuchamos menos. Tenemos mucho ruido de fondo. Oímos, pero nos escuchamos poco, incluso a nosotros mismos.
Esto nos lleva a no conocernos, a no saber cómo somos o cómo son, realmente, las personas que tenemos cerca. Nos hace egoístas, poco empáticos e incluso indiferentes. Cada uno va a lo suyo. La soledad se va instalando en nuestras vidas.
En el Centro de Escucha diocesano nos han enseñado que escuchar es «humanizar», dar esperanza, acercarnos al otro sin juzgar, sin aconsejar, «descalzos» como el que se acerca a Tierra Sagrada.
Es impresionante ver cómo, en el sencillo gesto de ponerte frente a otra persona con la sola intención de escucharla atentamente, puede cambiar la actitud del que habla (o doliente): de no saber cómo o por dónde empezar, a que fluyan las palabras y los sentimientos más profundos. Y por supuesto también cambia la del propio escucha, porque siente la cercanía hacia una persona que no conocía de nada, pero que va empezando a ver de un modo totalmente fraterno.
Hablar, exponer sentimientos, decir en voz alta esos pensamientos que no eras capaz de expresar va ayudando a materializar las propias soluciones y hacer frente, de manera personal, a las dificultades de nuestra vida.
Me admiro al comprobar cómo surge la fortaleza en personas que han pasado por momentos muy complicados, de cómo van llevando su dolor, de su resiliencia, que ni ellos mismos son conscientes de tener.
El doliente empieza contando la experiencia sufrida más recientemente, pero pronto salen otras aflicciones pasadas y ocultas bajo una capa de años que no han sido capaces de borrarlas. Normalmente pensamos que el tiempo lo cura todo, pero hay vivencias que no se olvidan ni dejan de hacernos sufrir, por mucho tiempo que pase.
Poder sacar ese dolor, ante una persona que no lo conoce, permite una liberación que ya no puede encontrarse en el entorno cercano, porque ya lo tienen muy oído y, puede que también, sufrido.
Personalmente, como escucha, me siento agradecida por esta oportunidad de participar en el Centro de Escucha diocesano. Me ayuda a ser más consciente de que somos seres en relación, necesitados los unos de los otros.
